Tuesday, August 24, 2010

chevy







Sunday, August 31, 2008

Qué te parece el blog de verduguillo

Disculpa por la omisión de las tildes.



Friday, March 21, 2008

El evangelio de Eduardo

En vano Eduardo había tratado de explicarle a su tía que lo que hacía no tenía nada de malo, porque una cosa era pornografía y otra muy distinta era erotismo, un tipo de literatura que hablaba del sexo, entre otras cosas. Había dicho: “Yo no soy ningún santo, tía. Tengo mucho de qué arrepentirme, pero no de escribir novelas eróticas, porque en ellas expongo las verdades del mundo del mismo modo que el rey Salomón lo hizo en El cantar de los cantares”. Pero tía Concepción no había dado su brazo a torcer y aprovechó la oportunidad para soltar un sermón de misa, que la sexualidad no era sino algo sagrado que sólo podía concebirse dentro del santo matrimonio y que, ¡jesús!, lo que él escribía sobre esos hombres y mujeres de la vida relajada, era una degradación de padre y señor mío...
Eduardo, por supuesto, no estaba dispuesto a renunciar a su oficio. Escribiendo novelas eróticas había conseguido fama, reconocimiento y algo casi imposible en este país: vivir de su arte y, además, vivir bien. Así pues, a sus cuarenta años (y sin embargo con muy poco camino recorrido en la literatura), sus obras habían sido traducidas a ocho idiomas y el “New York Times” lo estaba considerando el sexto best-seller del mes. Entonces, ¿con qué derecho una anciana setentona, un familiar tan lejano con el que no compartía ni un apellido, se empecinaba tanto en que renuncie a la vida que le había valido, entre otras cosas, cátedras en dos universidades extranjeras y varias invitaciones de honor a congresos de escritores nacionales?
–Mira, tía –aclaró Eduardo, pacientemente–, más que del sexo yo hablo del amor; del amor furtivo o del amor eterno pero, al fin y al cabo, de aquella afección humana que no puede ser, en ningún caso, una degradación. Tía, si te fijas bien, ante tanta barbaridad que se escribe hoy, entre toda esa literatura cruda y sangrienta, yo soy uno de los pocos que intenta redimir al ser humano en lo que mejor sabe hacer: amar. ¡Yo, Eduardo Valdivieso, soy uno de los últimos románticos!–. Tía Concepción prefirió no responder y tan sólo se persignó ya que debía postergar la discusión para otra fecha. Iban a ser las tres de la tarde y, a esa hora, la hora de la muerte de Cristo, tenía que estar en su casa puntualmente para rezar el rosario como lo hacía todos los días.

***

Arrodillada, luego de su ronda de cincuenta Avemarías, tía Concepción terminó su plegaria con un padrenuestro y una frase inconciente que ella dedujo motivada por la Santísima Trinidad: “...En el nombre del padre, del hijo y del espíritu santo, libera, Jesucristo, a Eduardito del mal, y dale fuerzas para seguir adelante. Amén”. De esa forma, se propuso formalmente algo que ya venía pensando meses atrás: iba a destinar todas sus energías a evangelizar a su sobrino, el escritor, a reconvertirlo al cristianismo y, más aún, a hacer que utilice su pluma en favor de la Fe. Tía Concepción sabía que no iba a ser una tarea fácil y, por eso, decidió dejar de acompañar a las Madres Dominicas los domingos, cuando éstas fuesen a los asentamientos humanos a ganar almas para Cristo. Tía Concepción juró, entonces –conciente del No tomaréis el nombre de Dios en vano–, sobre lo más sagrado, que dedicaría el resto de su vida a tan afanosa labor.
Eduardo la vio a través del ojo de su puerta un viernes por la noche. Afuera del departamento, tía Concepción agitaba un rosario largísimo y se presionaba contra el pecho un misal forrado con Vinifán. Como Eduardo justo salía a comer, le propuso sonriente: “vamos, tía, te invito a comer, pero guarda esas vainas, que asustan”. –¡Virgen santísima! –respondió la tía echándole la bendición– qué palabrotas.... ¡blasfemo!...–
Cuando llegaron al restaurante, tía Concepción advirtió que no comería nada no por descortesía sino porque los viernes eran de abstención. Y a pesar de la risa de Eduardo rogó que, aunque no compartiera su costumbre, guardase un poco de respeto por Cristo, que murió aquel mismo día y que por ese motivo no pidiera carne. –Por último –comentó la anciana–, come pescado que es bueno para la salud y no tiene colesterol–. “Sí, sí, sí, tía”, respondió Eduardo mientras, con malicia, miraba en el menú una hamburguesa doble carne, que luego ordenaría a escondidas a pesar del atentado que ello representaría contra su dieta de modelo que tan celosamente le había impuesto la editorial. “Un escritor de novelas eróticas debe vender su imagen, a diferencia del resto de autores”, le dijeron sus representantes.
Como tía Concepción conocía el espíritu rebelde de su sobrino, al ver llegar junto a su agua de mesa un hamburguesón con papas fritas y Coca-cola diet, no se quejó, aunque hizo algo que Eduardo consideró peor: tomarlo de la mano para bendecir los alimentos. Por eso, cuando la oración terminó, Eduardo gruñó, lijándose los dientes y recuperando el color del rostro, que estaba perdiendo la paciencia.
Luego, tía Concepción evitaría estratégicamente hablar del trabajo de Eduardo y se concentraría en comentar cómo la hizo llorar el último mensaje del Papa. Pero sus esfuerzos habrían de ser repelidos, de pronto, por una docena de mujeres que, al reconocer al escritor, se acercaron a la mesa para que les firmaran agendas, servilletas y un individual del restaurante.
Por unos minutos tía Concepción aguantó estoicamente la desatención de Eduardo y su gratuita complacencia ante sus admiradoras, recordándose mentalmente que la suya era una empresa tan difícil como la de evangelizar China. Entonces aguantó y aguantó hasta que una muchacha que no hallaba otra cosa donde conseguir la firma de su ídolo, salió del baño con su brasiere en la mano. Eduardo, de pronto, sintió la garra de Tía Concepción jalándolo hacia afuera del restaurante. Para evitar papelones, él se dejó arrastrar y, haciendo gala de la imaginación que lo caracterizaba, volvió a su favor la situación adversa: “¡Adiós, mis estimadas! Me quedaría, pero no puedo ir contra la voluntad de mi nueva guardaespaldas”.

Al timón de espuma de su Alfa Romeo, Eduardo expectoró a tía Concepción a su quinta y se marchó sin esperar siquiera una despedida. Mejor era evitar que la vieja le salga con una bendición apresurada o que transforme su botella de agua de mesa en un depósito de agua bendita. Tía Concepción se quedó agitando la mano en el aire mientras el automóvil rojo de Eduardo rugía cada vez más lejos.

***

Sin desinflarse, en la mañana del sábado, tía Concepción se colgó su rosario al cuello y, tomó una Biblia que escondió, para despistar a su víctima, dentro de un periódico enrollado. Después caminó hasta el departamento de Eduardo.
Al llegar, sin embargo, su intención evangelizadora y su buen humor quedaron postergados cuando vio salir de la residencia a dos jóvenes sospechosas. “Muy ligeritas de ropa”, pensó ella. Eran las siete de la mañana. Y tía Concepción, con un olfato de prensa amarilla, sólo atinó a juzgar que en aquel lugar se acababa de cometer un pecado. Entonces entró al departamento de su sobrino valiéndose paradójicamente de la ayuda de una de las muchachas a la que le dijo que ella era la señora de la limpieza. Una mentirilla blanca. “El bien es mayor”, se dijo así misma.
Como Eduardo dormía borracho y calato en su habitación, tía Concepción tuvo a sus anchas el resto del departamento para buscar información sobre su adversario. Pero la pesquisa acabó rápidamente cuando la anciana descubrió, al costado del mini gimnasio, el borrador de la nueva novela de su sobrino: “Los pecados míos”. Tras el título, tía Concepción no quiso leer nada más.
Inmediatamente, la anciana se persignó y prendió fuego a aquella pila de quinientas páginas ignorando, tras sus cincuenta años de vida en una vieja quinta, que los departamentos modernos como el de su sobrino tenían detectores de humo; así que, al activarse el pitido, Eduardo salió disparado y muerto de miedo de su cuarto. Inútilmente tía Concepción trató de ocultar la evidencia. Había demasiado fuego sobre el papel. De esa forma, cuando el escritor descubrió de dónde venía el humo y vio consumirse las hojas de su novela a manos de su tía, perdió el control y, mareado por el Bombay Sapphire que se había acabado un par de horas atrás, gritó sin ninguna vergüenza: “¡Loca!, ¡estás loca!, lárgate de mi casa, vieja. Lárgate. ¿Qué crees, que así me vas a detener? ¿Crees que no tengo otra copia de mi novela en la computadora? Y si no fuera así... ¡Al diablo! todavía me quedarían estas dos manos para escribir otra más ¡Ahora lárgate de aquí y deja de fregar, vieja cucufata! ¡No me vas a detener!”

Tras el incidente, Eduardo optó por jugar sucio y desaparecer del medio sin previo aviso. Voló, entonces, a Atlanta para alejarse de su tía. Pero no sólo eso. Porque ¿quién va precisamente Atlanta sólo para huir? En esa ciudad, él había planeado conceder una entrevista a la CNN en español para hablar de su próxima novela. Sin embargo, durante la grabación, hizo lo que mejor sabía hacer: jugar con las palabras y, hábilmente, sacarse al periodista de encima para decir lo que se le antojase y así poder consumar su venganza contra tía Concepción. El viaje había sido providencial: casi toda la entrevista la pasó propinando auténticos golpes contra la fe cristiana y contra quienes la profesaban: “Señores, ésta ha sido la última generación que fue educada en un hogar cristiano... el mundo ya no está configurado para creyentes... el futuro es el agnosticismo; es decir, la libertad...”
Como Tía Concepción no tenía cable, no se enteró de las herejías de Eduardo sino hasta que fue invitado el domingo siguiente al programa de Jaime Bayly para que reafirme sus “impactantes” –como fueron presentadas en el spot de Tv– declaraciones.
La esperada entrevista fue, para muchos seguidores del show, una de las mejores del programa. El carisma de Bayly, la soltura de Eduardo y la coincidencia de ideas habían hecho que el lunes, los periódicos sensacionalistas ejercitasen titulares como “Los niños terribles de la Tv”, aunque para tía Concepción ambos eran un par de malcriados. ¡Pecadores!

La luz al final del túnel para tía Concepción sólo llegó unos días después, un jueves. Entonces, al abrir en una página al azar la Biblia de la casa (un enorme ejemplar en versión Reina-Valera) se sintió cacheteada por un capítulo de Marcos que rezaba: Y si tu mano te escandalizare, córtala: mejor te es entrar á la vida manco, que teniendo dos manos ir á la Gehenna, al fuego que no puede ser apagado; donde su gusano no muere, y el fuego nunca se apaga. Tía Concepción casi suelta una lágrima. Y, ante la certeza de que si su sobrino había salido en el programa de Bayly ya debía estar de vuelta en el país (y por ende en su departamento), elaboró un plan maestro: en la madrugada del día siguiente, se enrollaría su rosario al cuello y cargaría, oculta entre las páginas del Catecismo de la Iglesia Católica, una inyección de cloroformo. Esperaría ese día o el siguiente a que de nuevo salieran las muchachas sospechosas del departamento de Eduardo para que la dejen entrar. Esperaría y entraría como la señora de limpieza. Luego, buscaría un machete de cocina o un serrucho. Eduardito no iría al infierno. Daría la vida por ello.

Monday, September 10, 2007

Prólogo de Galletitas de Limón, por Víctor H. Palacios

“Lo profundo es escribir; ser leída es superficial”,anota Virginia Woolf en sus diarios. “Mientras meleen, estoy siempre con el corazón vacío; estimulada,pero no tan feliz como en soledad”, añade quien fuetambién una de los críticos literarios más leídos desu tiempo en Inglaterra. Y quién puede franquear laintimidad de un artista para entresacar los motivos ylos placeres de su oficio. Y qué escritor tendrá laimpudicia de confesar lo que tiembla bajo su propialucidez, que él en primer lugar ignora y que, sólo pormedio del lápiz o el teclado, se apacigua en unejercicio discontinuo y tenaz que es, al mismo tiempoque dolor tal vez, distraída dulzura de alumbrar unmundo, un código o simplemente una dimensión por laque al fin discurrir, por unos momentos siquiera,gratificado y misteriosamente poderoso. Vocaciones como las del pensador o el artista, sóloellas, contemplativas y absueltas del imperativo de laacción o la empresa, delimitan esta especie deduplicidad del yo, el a veces imposible balance entreel anhelo del espacio donde moran los otros y lascosas tangibles, y la preservación, la defensaenloquecida, de la propia mirada y la interioridad.Pocos humanos como el escritor de historias son, a lavez e intensamente, ensimismados individuos silentes ymultitud apiñada y sonora. Como insinuaba Pessoa, todoobservador es un extranjero. Pero, del mismo modo,nadie como el solitario puede llegar a comprender y aamar tanto al mundo, como concluía Hannah Arendt, enla conciencia de su propia vida. Todas las diatribas,elogios o reinvenciones no son sino diversas pruebasde su atención a lo circundante. La atención es, porsupuesto, el estado natural del interés y del afecto.La ficción, en cualquiera de sus niveles, es tambiénla relación del autor con lo que tiene en frente.Relación que es, en consecuencia, el curso de unasensibilidad, de la imposibilidad de ser indiferente.Josué Aguirre no podría serlo nunca, pues cuando noescribe toma fotografías interesantes, practica algode música o acomete con valor alguna iniciativacinematográfica. Su sensibilidad, sin embargo,cristaliza principalmente en esas unidades versátilesde la escritura que son los cuentos, y que no sóloaparecen como el producto, según sugiere el maestroVargas Llosa, del parto de un universo salido de lasentrañas para reemplazar o desplazar a otro, elpróximo y cotidiano, que insatisface y atormenta. Metemo que no son sólo demonios interiores los quereclaman la inmolación de las confidencias o lasfantasías de la literatura. También puede tratarse deángeles, quizá fugaces, de una ilusión o, incluso, dediosecillos aéreos como los que concibieron losgriegos para alentar, en este caso, el delicioso cultodel mero contar historias.Pienso que no se narra únicamente para que ALGO DURE,para que unos personajes y unos sucesos reales oimaginarios perduren en la memoria, que Borgesllamaría hospitalaria, de los lectores presentes yfuturos. Tampoco se hilvana un relato solamente paraque UNO MISMO DURE, en esa legítima y tan helénicaaspiración a la inmortalidad mundana que es el reversodel miedo a la muerte universal. Muchas veces secuenta una historia, creo, tan sólo para DURAR EN ELTIEMPO, es decir, como en la música, para enriquecerla mera duración de las horas que tenemos, situarnosen el vivo presente, la única realidad de quedisponemos y que, soberanamente, podemos hacer másllevadera y holgada por medio de una trama que notenga otro fin que precisamente estar en el tiempo,montados sobre él, trotando o al galope, de forma que,absortos en el movimiento, no sintamos las cargas delo pasado ni las presiones de lo por venir, sinoapenas las sensaciones de lo ligero, en su doblesentido de liviano y rápido, que son también lassensaciones de la libertad. Cabalgar, claro, se puede hacer de muchas maneras. Elvolumen que presento es sólo una muestra que el propioJosué Aguirre ha escogido de su amplia dedicaciónnarrativa, gran parte de ella publicada anteriormenteen las ediciones periódicas de Magenta, el pujanteboletín literario que nació en las aulas de unauniversidad piurana y que él, con tanta fe y ahínco,ha contribuido a fundar y mantener. Una muestracircunscrita, en su temática, fuera del génerofantástico, sin que ello suponga el rígido encuadredel realismo. Sin duda, los hechos que aquí elnarrador ha imaginado provienen, de un modo u otro, dela realidad, inclusive de la realidad espacial y algotemporalmente distante para el joven narrador como elcontexto de los años del terrorismo en el Perú, en“Los mandos de rojo”, en mi opinión el relato máslogrado y en el cual descuella Minerva, el personajefemenino de insinuante nombre que es el más complejo yconmovedor de los humanos que pueblan éstas y todaslas páginas que Aguirre haya publicado hasta ahora. Enunos textos, como “¡Ajj!” y “Cábalas”, puede seguirse,sin desmayo, el río caudaloso de un monólogo; enotros, “Sobre personas buenas”, “Mijail Carranza,periodista” y “Chalet”, la versión de testigo o eltono impersonal de tercera persona de la variableconfrontación entre el escritor y la sociedad, quenace en la confrontación del artista con su propiavida. Quizá en estas composiciones se delate en ciertamedida la personalidad del narrador. Aunque nadie sinoél podría asegurarlo.Cabalgar, asimismo, se puede hacer sin un destino,siguiendo el ritmo de una búsqueda a la que atemorizala quietud del encontrar; búsqueda a la que elirresistible encanto de estar en marcha ha hechoolvidar lo que abrió el camino que “se hace al andar”.Robert Louis Stevenson, a quien los samoanos de laisla polinesia donde pasó sus últimos años llamaronTusitala, «hombre que cuenta cuentos», consignó en unode sus ensayos la convicción que me permito atribuiral arte de Josué Aguirre: “más vale viajar esperanzadoque haber llegado”. GALETITAS DE LIMÓN, título deelocuente modestia, no ha terminado nada; por elcontrario, es sólo una pausa nocturna en una generosaposada ocasional para, al amanecer, volver a ensillarel caballo y de nuevo alejarse, como el auténticoescritor, inatrapable e indetenible, por los senderosdel mundo.

Comentario de “Galletitas de Limón”


Profesora Teresa Menor Alarcón

Las hay embadurnadas de chocolate, leche, manjar, mermelada; con nueces, maní o ajonjolí. Las hay de diferentes formas, tamaños, sabores y colores. Pero en su esencia son galletas, que a la larga o la corta, dada la preferencia según sus características, reciben el diminutivo de “galletitas”. Pero sin duda hay unas que aún no ha probado vuestro paladar y esas son las “galletitas de limón” del escritor- narrador Josué Aguirre Alvarado.
El nombre de la producción literaria que el escritor piurano nos trae es una gran metáfora de la vida. Con la que se puede representar diferentes historias con sus matices propios de la mezcla entre la experiencia y el personaje que las vive. Cada historia es singular desde sus nombres, lenguaje, vestimenta hasta la ideología que sus personajes ebrios, fumones, tragones, extravagantes, huachafos, locos, cabaleros, y senderistas tienen.
Adentrémonos, pues de más cera a esta propuesta narrativa, que en sus seis extensos y no tan extensos capítulos se desarrolla con el título “Galletitas de Limón”.

“Sobre personas buenas”: deseos nada más.

Es la historia de la fracasada vida por doble partida de un “Señor” que funge ser escritor y, a la vez hace el papel del esposo abandonado por su mujer. Tal estado lo utiliza como excusa para encerrarse en su habitación y tratar de escribir la historia de un joven escritor que, por ser inexperto bebe y bebe hasta emborracharse. Actitud que el mismo Señor lleva a la práctica cuando se da cuenta de que no puede crearla, a pesar de tener como inspiración a una música que ni él ni su empleada entienden.

En el aspecto formal, el narrador utiliza el diálogo indirecto. El lector conoce la historia por la empleada, quien comunica lo que le está pasando a su amo, después de haber sido abandonado por su esposa.

También, hay una cierta correspondencia entre el lenguaje del personaje y su nivel de instrucción: tiene algo de popular y de familiar. Este tipo de lenguaje se constituye en un recurso del escritor para dar mayor veracidad de lo que cuenta.
Aquí la cita:
“…véalo usted, ahora tiene que volverlas a hacer porque así como están no sirven. Y anda… anda de un humor que por diosito que si ahorita entro a su cuarto me agarra a escobazos…”
“…Yo escucho todo lo que me lee y trato de quedarme calladita a pesar del aburrimiento, a pesar que al mismo rato pasan por radio la novela de La Perricholi. Esa sí es una historia, pero casi nunca la puedo seguir y sólo me salva que la Margarita,…”

El trabajo técnico del escritor se concretiza en el desarrollo simultáneo de dos historias: el amo que escribe y el joven escritor que pertenece a la vida el amo, como escritor. El primer mundo es ficticio; en cambio el otro, es un mundo posible. Ambos, reflejan la incompetencia temporal del personaje por conseguir su propósito.
Aquí, el Flashback es utilizado con la finalidad de poder hacer entender al lector (a razón de recuerdos) el estado actual del esposo, que día a día se aferra y ensimisma a su historia de nunca acabar, sobre el joven escritor.

En cuanto al nivel profundo, si tomamos en cuenta las unidades sémicas como por ejemplo “máquina” “vitrola”, “escobazos”, “Pericholi”, entre otras, la historia se remonta al tiempo colonial, un mundo que apenas avizora los adelantos posteriores de la ciencia.
“Sobre personas buenas” es una historia donde una empelada por lástima hacia su amo, quiere que éste escriba sobre el amor, o sobre personas buenas o villanas. Pero sólo es un deseo, porque ni su lealtad como empleada ni su deseo son suficientes para que su “amo” le haga caso y, en consecuencia deje de escribir lo que escribe.

En resumidas cuentas ni el escritor- personaje (amo y joven), ni el escritor- narrador (empleada), logran su objetivo.

Mijail Carranza, periodista: La vida misma de un periodista es una noticia.

Mijail, un iniciado en el periodismo intenta, poco a poco involucrarse en la vida periodística de diferentes maneras. Y es que Mijail quería ser periodista de los grandes, reconocido y aclamado. Sin embargo su primer choque contra la pared fue cuando empezó a hacer sus prácticas como asistente en la Sección de Redacción de un diario. Debía redactar una notita de un intento de suicidio por parte de un joven. Motivo: conflicto amoroso, pero no pudo. El sólo hecho de identificarse con el joven, no le permitió avanzar. Este suceso le llevó a que las cosas cambiaran radicalmente. La jefa ya le tenía preparado un nuevo puesto: Director de espectáculos. En un primer momento no le pareció fructífero, sin embargo se dio cuenta después que el estar frente al computador y navegando en Internet no era tan aburrido, sino todo lo contrario. Aprovechó para redactar a su estilo notas sobre artistas. Se sentía libre y a gusto. Pero de pronto, hubo una nueva disposición, entonces Mijail debe acostumbrarse a esa otra forma de trabajo: Redactar de forma mecánica sobre “cortes de luz”, “huelgas” e “inauguraciones por parte de los Alcaldes”. La diferencia es que ahora, su trabajo es remunerado.
Su estilo de vida ha cambiado, su aspecto y modo de ser también: fuma, no habla con casi nadie, no estudia. No le interesa nada ni nadie. Menos Carla que se hizo su amiga en el poco tiempo que trabajó para la columna de Espectáculos. “Los periodistas no tienen amigos” fue la frase que siempre recordaba.

Hasta ahora, el escritor estila poner en marcha dos historias a la vez. Una como pretexto para desarrollar a la otra, que es más interesante por cierto. En la primera, el narrador nos presenta el caso del joven con las iniciales AMHC, quien intenta suicidarse porque su novia por motivos de trabajo termina con él. En la segunda, a Mijail que por amor a su profesión y tomar tan apecho lo escuchado por profesionales afines a su carrera “Los periodistas no deben tener amigos”, se llena de valentía y confianza para dejar a su novia Michelle, olvidarse de su amiga Carla y, sobretodo, no sentir lo que vive. Esto último es el inicio para ser un reconocido periodista. Y eso es lo que quería ser Mijail.
Sin duda, la primera historia es el motor de arranque para conocer de cerca la vida de nuestro joven periodista.

Mijail, poco a poco, se convierte en el prototipo de un periodista que se encasilla en sus cuatro paredes de oficina, que no siente ni observa realmente lo que sucede en su entorno. Lo que pasa es que el personaje Mijail sufre una decepción (1), la cual poco a poco lo toma como algo normal, a tal punto de que hacer algo mecánico significa ser un buen profesional.
A este cambio de estilo representa Mijail que en un primero momento era limpio y arreglado, pero luego por los malos hábitos de fumar, se olvida de las amistades y de cuidar su aspecto personal (2).

Por otro lado, Mijail admira a Chicho Miranda por ser su columna periodística la más leída del periódico para el cual trabaja, pero a la vez lo detesta, como detesta a la periodista veterana, quien sólo piensa en viajar y viajar.
(1)“Ha planeado ir donde la jefa de redacción y decirle cara a cara que se ha decepcionado de la prensa, que los periodistas no tienen humanidad y que, encima, no aprecian ni lo lírico ni lo estético de sus trabajos”- Pág. 4
(2) “…responde él mientras se acomoda la camisa”. Pág. 7
Mijail intenta no ser él con la finalidad de conseguir lo que quiere, pero como dice Hermann Hesse: “El que quiere nacer, tiene que destruir un mundo”. Y Mijail nació de nuevo, pero sin destruirse así mismo, sin destruir su pasado que inconscientemente ignora. Michelle, Carla y el mismo joven que intentó suicidarse le dan valor para matar a un Mijail humano y hacer nacer en él un Mijail tirano.

En este capítulo, convergen la ideología existencialista: ser o no ser, y a la vez la ideología de identidad dual: soy y no parezco; no parezco y soy; no soy ni parezco.

¡Ajjj!: Odio a la mezcla racial se da a conocer en un bar.

Sandrita es extranjera y se irá a vivir con su marido Eddy a Puno. No sin antes saber que su “amiga” más conocida como la “china Tudela”, su pata del colegio, se sincere entre copa y copa de daiquiri en un corriente bar de la ciudad. ¿Sobre qué? Sobre su xenofobia a los cholos y cholas. Su odio tiene origen en una experiencia muy desagradable que pasó la llamada “China Tudela” con su novio gringo de nombre Morrison. Resulta que a la legada de su viaje fue a su departamento de la xenofóbica y ahí conoció a Laidi, su empleada, de quien se enamoró perdidamente y ambos se fueron a vivir juntos, lejos.
Por su parte, Sandrita sólo escucha, porque el hablar le traería más problemas, ya que su “amiga” confiesa que no sólo odia a Morrison, a Laidi y a Heddy, sino también la odia a ella por ser así: tonta, bestia.

Esta historia transcurre en un bar entre los colores de sus personajes y los sabores de la bebida que disfrutan. Aparentemente es un diálogo que discurre en la emotiva declaración de sus fobias de una susodicha que se cree tener el derecho de llamar como se le da la gana a los cholos, porque son eso: cholos. Sin percatarse de que su vida (bebida y mala fama) es peor que la piel “cochina” de éstos. El lenguaje que maneja la xenfóbica es corriente, popular y vulgar. ¿Propio de la bebida?, quizá.

Al igual que en las anteriores historia, también en este título se narran historias simultáneas. Una motivo de otra. La primera trata sobre Sandrita y Heddy y, la segunda sobre Morrison y Laidi. Ambas como soporte para conocer la ideología de la “amiga” de Sandrita: odio por los cholos.

El escritor nos presenta un hecho que no es tan lejano a la reliad. Ese romper cánones, leyes y costumbres por los seres humanos se encarna en los personajes de esta historia, las cuales no son vividas, sino contadas por alguien que sí está viviendo una vida simple, bohemia; de soledad y amargura, rechazo y odio hacia los que no son de su condición racial.

Chalet: Adan sensual sin calzoncillos.


Adan es consciente de que después del fracaso matrimonial le vendría mejor irse a vivir a Zaragoza, donde tendría mayor libertad y nada de presiones sociales respecto a su “soltería” después de los 40. Se instala en un lugar alejado de la ciudad, un chalet de dos pisos, cuyo dueño es don Eusebio. Allí Adan cree que su vida es el arte, específicamente la pintura y empieza a leer sobre técnicas artísticas, sobre pintores de renombre y luego intenta hacer un cuadro sobre el paisaje, pues está en el campo y eso le sería favorable. Sin embargo es un fiasco. Nuevamente intenta hacer un cuadro, pero esta vez los resultados, le obligan a olvidarse del arte y echarse a dormir mañana, tarde y noche. Sin embargo una mañana vuelven sus ganas de pintar, pero esta vez sobre un niño cogiendo una pelota. Escena que vio cuando un chaval se adentró en su jardín para recoger un balón. Para la evaluación del cuadro prefiere contratar a un maestro, puesto que lo considera por sí mismo una obra maestra. Júpiter “Jup” es el artista profesional que llega hasta el chalet, serio pero a la vez risueño. Sin embargo al ver al cuadro, se notó su lado serio. Y entonces, Adán asume que le falta conocer mucho sobre arte. Le propone dejarse enseñar. A lo que Júpiter expone algunos inconvenientes: movilidad, sobretodo. Adán con lo único que llegó a España fue con su camioneta que la ofreció a su maestro con tal de que venga a darle clases cuantas veces quiera. Y así fue. Pasaron los días y mientras sucedía algo extraño: muchos juguetes caían en el jardín del chalet y un niño siempre los venía a reclamar. Suceso que le pareció extraño a Adan.
Un día Adan decide poner en práctica las lecciones de su maestro Jup (recuerda Adan nada de color negro, más abstracción.) y después de quedarse dormido despierta con algo que creía sería la pintura perfecta: un jardín de donde brotaran juguetes. Felizmente aprobó la opinión de Jup. El cuado “el jardín embrujado” impresionó al pintor profesional y le sugirió que hiciera muchos de esos. Pasado un mes Jup llega a vivir en el chalet con Adan. Desde entones para el segundo todo es felicidad, orden, limpieza y cuadros y, sobretodo más juguetes que aparecen por doquier del jardín.
Es época de verano y Adan y Jup están felicites pues han elaborado producto de sus estilos abstractos un nuevo cuadro: la batalla de las flores. Luego de ese logro Adan le declara su amor a Jup a lo que éste queda impresionado. Aún así se siguen visitando, sólo que una vez (ya en la ciudad) Jup quería beber y como esto le trae un mal recuerdo a Adan, se disgustan enormemente. Empiezan los reclamos y al fin, ambos caminan por su lado.
Pasaron muchos día y Adan esperaba que Jup llegara en cualquier momento al chalet, pero nada. Ante esto empieza a pintar el rostro de Jup y, casi toda la temporada de invierno le cuesta para lograrlo. Cuando nuevamente llega Jup las ilusiones renacen en Adan, pero de pronto divisa en su jardín a un duende y sale corriendo tras él. Jup piensa que ya no lo quiere y entonces echa a andar su camioneta. Por otro lado, Adan vuelve y sube al 2do piso del chalet y encuentra a don Eusebio disfrazado de un duende.

El amor, la belleza, la fantasía y el arte son elementos que dan vida y color a este capítulo lleno de emociones, sensaciones y experiencias que los personajes viven desde su propio mundo. Adan, por su parte representa la tenacidad, la fuerza por conseguir lo que quiere, el amor limpio y la entrega sin reparos. Eusebio, un viejo que aprovecha la necesidad del inquilino Adan para hacerle creer que en ese lugar hay duendes.
Jup, representa el arte, la belleza, la abstracción, pero también el temor a lo desconocido, a las nuevas experiencias.

La sucesión de historias es el mismo juego que se repite y no cansa, sino que más bien enriquece las tramas narrativas que en este capítulo se cuentan.

Sunday, August 26, 2007

Presentación del libro Galletitas de Limón de Josué Aguirre Alvarado














Friday, June 15, 2007

imágenes del recital Magenta por segundo aniversario

















Wednesday, June 13, 2007

Programación


1. presentación

2. josé gabriel sandoval: la hoja

3. víctor hugo palacios: el loco clarivo

4. luis gil garcés: el mercurio

5. intermedio: primer duelo de guitarras

6. josué aguirre alvarado: cábalas

7. eduardo valdivia: el castillo de la mora

8. angel hoyos calderón: necrosis

9. Intermedio: segundo duelo de guitarra

10. ricardo mussé: fragmentos XIII (cinematografía de una adolescencia), XIII (el espíritu giratorio del viento) y poema para Sirodima

11. genaro maza vera: ruinas

12. final

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